PREMIOS Y MENCIONES RECIBIDOS POR SOCIOS DE UNI3 CIUDAD DE LA COSTA
EN EL CONCURSO DE CUENTOS
"ALONDRA BAYLEY 2021"
ORGANIZADO POR UNI3 URUGUAY
EL HOMBRE GRIS
Ya había caído la noche, hacía frío y se descolgaba una fina humedad, por lo que casi nadie circulaba por las calles del barrio.
Caminaba despacio, sigiloso, casi sin ruido, parecía invisible, además observaba todo y a todos. Hace un tiempo atrás, lo habían corrido, apedreado, hasta botellas de cerveza le tiraron, por eso ahora, su andar era otro. Era su zona desde hacía tiempo, parecía que hacía mucho, mucho. Antes la caminaba diferente, pero a partir de ese día ya no.
No hablaba con nadie, no recordaba como era su voz, solo alguna palabra o una pregunta afectuosa dirigida a su perro, y claro, sin obtener respuesta.
Su figura era muy delgada, vestimenta oscura y triste, pelo grisáceo cubierto por un gorro negro. Sobre su pecho se expandían manchas blancas y grises de su barba. El saco enorme caía sobre sus hombros vencidos; sobre el calzado se asomaban pantalones, otrora negros, ahora de indefinible color. Tenía un andar cansino y silencioso, como un arrastrarse sin sonido.
Hoy se sentía especialmente agotado, pero siempre debía estar en movimiento, ya que en su recorrida no había muchos lugares públicos donde descansar, y ni pensar hacerlo en la puerta de una casa. En oportunidades de días calurosos, los cordones de la vereda lo auxiliaban, pero en esta época no era lo mejor, lo asustaba el volumen del tránsito y el ruido. A veces en alguna vivienda olvidada o ruinosa, de las que quedaban muy pocas, podía descansar con tranquilidad, pero la mayoría de las veces se sentía observado, censurado, además percibía algo de asco y rechazo, todo eso le provocaba mucho miedo. Hasta tirar de su carro lo iba agotando, molestando, irritando, pero era donde llevaba sus pocas pertenencias, además hoy el pequeño de pelo gris y manchas negras, iba adentro, porque lo sentía triste, sin fuerzas, como fatigado, igual, igual que él.
Se dirigía hacía su lugarcito, un portón, con un buen espacio; el dueño del local lo sabía, por eso siempre llegaba después que cerraba, y de que se retiraban los empleados. No quería incomodar ni que lo incomodaran.
A la mañana muy temprano, se retiraba sin que se notara que hubiera estado ahí descansando, era como un pacto sin palabras con quien lo había conocido en otros tiempos.
Comenzaba siempre igual, acomodaba lentamente su carrito con sus petates dentro, que no eran muchos, pero era todo lo que tenía y necesitaba. Lo ponía bien hacia el fondo del lugar, para que no se viera y que nadie intentara quitarle algo, como había pasado otras noches, que se le habían llevado unas buenas botas, o un mejor abrigo.
Extendía luego sus cartones, sobre ellos lo que mentalmente nombraba colchón, (pero solo era una lámina de polifón), le hacía un hueco especial para su Beto, llamado así en recuerdo de su amigo de la infancia, compañero de estudios de muchos años. ¿Cuánto habían pasado juntos?, iqué cantidad de exámenes! ¡cuántas horas leyendo y repitiendo! entonces se preguntó: ¿Qué sería de su vida, seguiría en actividad?, ¿se acordaría alguna vez de él?...
Continuó con su rutina, se acomodó poquito a poco ya que sus huesos dolían, sacó del carro con suma delicadeza, de una bolsa, la mantita Infantil bien doblada y limpia, totalmente desvaído su color para otros ojos que la vieran, pero para él estaba igual que cuando la compró, azul cielo con muchos globos de colores. Sin darse cuenta deslizó su mano callosa, áspera y gris en suave caricia, después la extendió, por último colocó la frazada de cuadros con agujeros también sobre Beto.
Pero esta noche no podía dormir, parecía diferente, culpaba al viento, también el frío y esa humedad pegajosa, que parecía un rocío, se sentía tan raro, no sabía que era, o sí sabía pero no quería pensar, solo descansar, nada más...
Entonces gradualmente, con lentitud, a medida que se fue aflojando, fueron llegando como en cámara lenta, luchaba con toda sus fuerzas, cerraba y apretaba sus ojos, no quería, hacía esfuerzos por pensar en otra cosa, pero volvían una y otra vez. Esos recuerdos que hacía mucho no aparecían, que eran de antes, de mucho antes, de cuando se creía y sentía muy importante, vestía traje, corbata, bata blanca, tenía nombre, dos apellidos, y le decían... DOCTOR... El dolor le atravesó el pecho, cuando vio y sintió a su pequeño perdido en la cama del sanatorio, con carita empequeñecida, filosa, con ojitos cerrados y, su manita frágil en la suya, a la que apretaba con desesperación.
El frío fue calando sus huesos y todo su cuerpo, ya no lo sentía, su cara se humedeció por completo, hasta un cosquilleo en su brazo sintió, y a los lejos muy lejos un suave llanto escuchó, no quería sentir, no quería pensar, no quería estar... y ya no quiso ni pudo volver...
Ana María Palermo - UNI 3 Ciudad de la Costa
MENCIÓN
La primera vez que había dormido en la calle tenía ocho años. Su padre, borracho, intentó golpearlo de nuevo y él huyó, como en tantas otras ocasiones, a lo de la abuela, un vecino, o a esconderse detrás de un montón de tablas para escapar al castigo. Corrió por entre las callecitas y pasajes hasta que sus piernas no lo pudieron sostener. Niño flaco, de piernas largas y rodillas huesudas, un gesto de permanente interrogación en su cara le daba aquel aspecto atribulado, desarrollado a fuerza de reaccionar a gritos y golpes desde siempre.
Cuando lo venció el cansancio y supuso estar muy lejos, se acurrucó contra un cerco de transparentes y se durmió, agotado y todavía no muy consciente de lo que le esperaba en el futuro.
Con su pelo enmarañado y sus ojos negros brillantes, despertó cuando la luz le dio en la cara, con hambre y con las piernas entumecidas por el esfuerzo. Se estiró para desperezarse y se sacudió la tierra y pasto pegados al cuerpo. Miró a su alrededor, desconocía el lugar, vio calle abajo gente andando presurosa, autos y ómnibus, se preguntó si eso sería el centro de la ciudad. Caminando lentamente con la cara al sol y manteniendo esa risa que nunca perdía llegó hasta un mercado, donde se hartó con todo lo que fue encontrando entre las pilas de cajones, rascacielos de abundancia para otros. Se sintió deslumbrado por tanta variedad de olores y colores, algunos desconocidos para él. Se cruzó con varios trabajadores pero nadie le prestó atención ni le preguntó nada.
Desde entonces su vida había sido un deambular eterno, entrando y saliendo de hogares e instituciones en los que no duraba. Siempre la historia de violencia -física o no- se repetía y él hacía lo que mejor sabía: huir.
Los años le fueron enseñando el difícil arte de sobrevivir siempre expulsado; el tercer año de escuela servía para poca cosa y con el tiempo sólo sabía escribir su nombre y poco más.
En la calle estuvo su escuela, la de la mendicidad, el choreo, una changa ocasional, un achaque que daba más que una changa, un calabozo frío muchas veces. Aprendió de lealtades inalterables con aquel viejo con el que caminó por años, compartiendo noches estrelladas en las rocas contra el murallón y vientos helados en cualquier zaguán. Él le contó muchas historias de su vida, que se parecía mucho a la suya, soledad, carencia, abandono. Tenía en su hablar una ternura desconocida, que solía adormecerlo mientras lo escuchaba. Muchas veces reían juntos recordando los buenos momentos o alguna jugarreta en procura de provisiones. Nunca sin embargo, le puso un brazo sobre los hombros, ni lo tomó de la mano, como si temiera que un posible contacto físico fuera a desbordar sentimientos enterrados en lo más profundo.
Aquel verano su amigo decidió que era su hora y se fue para siempre. Una tarde cualquiera; se tiró a dormir una siesta y no despertó. Lo miró un rato y lloró largamente por su amigo y por él mismo. Había llorado pocas veces en su vida, pensó, pero no hizo ningún esfuerzo por contenerse. Desde entonces anduvo errante -más que nunca- y el invierno lo encontró solo y con hambre atrasada.
Esa noche el frío fue cayendo sobre su humanidad aterida. Buscó entrar al refugio o un plato caliente pero la suerte lo esquivó una vez más. Con dos monedas compró una dosis de alcohol barato y se acomodó en un escalón.
Soñó que caminaba por un campo helado, que el aire se colaba por sus pulmones y lo iba enfriando despacio, cada vez más profundo. Veía la luz de una casa blanca y hacia allí se fue encaminando, cada vez más lentamente, cada vez más frío, no quiso despertar, la luz lo iba a rescatar... en su cara se estampó para siempre aquella sonrisa que ni la muerte pudo borrar.
Esther Texeira - UNI 3 Ciudad de la Costa
MENCIÓN
CHICHÍ
Para Jorge, el hermano que la vida me regaló.
La primera vez que lo vi, él no tendría más de cuatro o cinco años, pasaba por la esquina de la calle de mi casa al retorno de la escuela. Con la túnica desprendida, la moña desatada, siempre corriendo con un trotecito muy particular, la punta de los piececitos para adentro como con cierta chuequera, la cabecita rapada a cero, pero eso sí, le dejaban un jopito adelante que mostraba su pelo castaño casi lacio. Era muy flaquito y chiquito, corriendo no lo podía agarrar nadie y como no tenía físico para enfrentarse en una pelea mano a mano, la definía a pedradas, y donde ponía el ojo, ponía la piedra. Se llamaba Jorge, pero en un barrio como el Cerrito de la Victoria a mediados de la década del sesenta todos teníamos un apodo, el de él era: Chichí.
Yo, ocho años mayor, andaría por los trece, me paraba en la esquina con mis amigos para hacer pinta y dragonear a las chiquilinas que pasaban por allí, en ese despertar a la vida de un adolescente de barrio de gente muy humilde pero trabajadora. En cuanto llegaba a la esquina y me veía, se soltaba del control de su hermana venía corriendo y paradito enfrente de mí me pedía que me agachara, me rodeaba el cuello con aquellos bracitos tan delgados y me daba un beso en la mejilla para luego seguir corriendo rumbo a su casa.
---Chichí, ¿para nosotros no hay beso?---, preguntaba alguno de mis amigos.
---No, solo para él---, contestaba, ya emprendiendo su carrera.
Fue creciendo y gracias a los deportes aquel cuerpecito diminuto se transformó en un físico de atleta. Practicó muchos, pero en judo particularmente fue muy bueno, ganó muchísimos campeonatos, y llego a ser el mejor en su categoría a nivel nacional. Los años fueron pasando y un día fuimos cuñados (yo me casé con la hermana).
---Qué linda esa camiseta, Jorge---, le dije un día, cambiándonos de ropa en el vestuario del club Neptuno.
--- ¿Te gusta?, tomá quedátela---, tal vez fuera la única camiseta medio decente que tenía, pero enseguida la metió en mi bolso. Así fue de generoso conmigo toda la vida. Fue guapo, leal, compañero, un gran ser humano, era la persona de la cual sabes que era imposible que te hiciera un reproche, siempre estaba de tu lado, incapaz de traicionarte. Fue muy independiente, nunca toleró demasiado estar sujeto a jerarquías lo que lo llevó a no durar en los empleos, por eso pasó la mayor parte de su vida manejando algún taxi ya que el contacto con el encargado era solo al final del turno.
A mis hijos los vivió como suyos, fue un tío increíble, siempre los rodeó con mucho amor, contención y paciencia; un verdadero compinche. Se casó medio veterano y no pudo tener los suyos, me consta que lo intentó muchísimo, pero no lo logró.
Pasaron los años y me divorcié de su hermana, jamás hizo un comentario al respecto, nuestra relación siguió como siempre, aunque nos veíamos mucho menos ya que me fui a vivir lejos de mi barrio.
Le telefoneé para saludarlo por su cumple número cincuenta y uno, y quedamos que cuando yo anduviera cerca de su casa nos veríamos por un asunto de su interés a los efectos de ayudarlo. Ya no me acuerdo cuantos días pasaron, probablemente dos semanas y en una oportunidad estando cerca de su domicilio lo llamé de mi celular para encontrarnos. Me dijo que me agradecía pero que en ese momento era imposible vernos que me llamaría en breve, y nos despedimos.
La verdad fue que en ese momento estaba internado muy enfermo esperando ser operado del corazón, y no me lo quiso decir, probablemente de generoso nomás para que no me preocupara. Resistió la operación, pero falleció a las pocas horas, no estuve a su lado para apretar su mano, otra vez más falté a la cita, nunca di la talla, se fue sin que yo le dijera jamás cuanto le quería y lo importante que él era para mí.
No fui a su sepelio, no tenía mucho sentido, él ya no estaba allí. Lo extraño muchísimo pero el no haber sido testigo de su agonía y muerte tiene una gran ventaja, porque puedo cerrar los ojos y todavía verlo venir corriendo de la escuela tirándome los bracitos para darme, aquel beso. En el momento que yo abrazaba aquella criatura no lo sabía, pero él ya me había elegido como su hermano mayor para toda la vida.
Freddy Federico Pose - UNI 3 Ciudad de la Costa
MENCIÓN
ESCRIBIÓ UNA SOLA VEZ SOBRE ESO EN SU VIDA
Se acuerda como si fuese hoy. Ya lo había discutido con sus hijos y su compañera de hacer la consulta. No quería ir, ya suponía de lo que se trataba, pero si no consultaba tenía la esperanza de la no confirmación. Esperanza idiota, porque era médico y sabía cuál era el diagnóstico, pero confirmarlo sería un golpe parecido a un choque de trenes en sus moléculas.
Fue cuando cumplió sesenta años, que en medio del festejo dos de sus hijas se acercan discretamente y le dijeron «papá, pará de tomar, que estás duro». Ahí le pega en la cara la situación, porque no había tomado. Sí estaba muy cansado, eso había alterado más aún su rigidez y su equilibrio. Era indisimulable.
En su larga trayectoria profesional, había atendido muchos pacientes con idéntica enfermedad. Con todos le pasó lo mismo: les dio muy pocas alternativas en lo biológico e hizo todo lo que pudo en lo psicológico, en la readaptación, en ayudarlos a vivir con una discapacidad progresiva e invalidante. Por lo menos eso era lo que él creía.
Sabía, (sabe), entonces, lo que le pasaría. Quizás lo peor para alguien como él, acostumbrado a pelear, era saber que por más que peleara no tenía ninguna chance de ganar.
Lo examinaron, larga y detenidamente, le hicieron todas las preguntas que se esperaba y más, hasta que llegó el momento crucial, se lo dijo.
Fue allí que tuvo la sensación más extraña de su vida, él seguía sentado frente a su médico, su cuerpo estaba frente a él, pero sentía que se alejaba lentamente mientras las palabras sonaban acústicas. Ronald, su médico, en cierto momento le dijo «estoy siendo muy agresivo con la noticia», pero él ya no estaba, veía la escena desde lejos. Su hija Cecilia, que lo había acompañado, Ronald y él seguían sentados alrededor del escritorio. Veía todo desde lejos. Se veía a sí mismo.
Volaron en su cabeza, como en pequeños videos, varios pasajes de su vida, mientras comenzaron los consejos médicos y la medicación a tomar, la fisioterapia, etc. Pero luego, por su cabeza pasaban películas de su vida e imágenes de lo que le iba a ir pasando y cómo iba a ir quedando.
Es que por primera vez estaba sentado en ese lugar, por primera vez estaba sintiendo todo lo que habían sentido sus pacientes. ¿Habría sido lo suficientemente humano con ellos? ¿Les habría dado la suficiente contención? ¿Los habría escuchado todo lo que ellos necesitaban? Eran las preguntas que pasaban por su mente y no sabía las respuestas.
Demoró meses en reponerse de la noticia, hoy lo escribe por primera y última vez. Sigue su camino invalidante, encontrando formas de seguir haciendo lo que quiere, seguir peleando, aunque sabe que no va a ganar, pero le hizo revalorar la vida y construir otras estrategias.
Todavía hoy sigue pudiendo hacer las mismas cosas, pero más lento.
Una sola cosa más, no se entregó, le gusta pelear por la vida, está lento, rígido, tiembla a veces, está torpe, con menos equilibrio, se cae con facilidad, pero no pierde el amor por la vida y mantiene un excelente humor.
Daniel Parada - UNI 3 Ciudad de la Costa
MENCIÓN
PREMIOS Y MENCIONES RECIBIDOS POR SOCIOS DE UNI3 CIUDAD DE LA COSTA
EN EL CONCURSO DE CUENTOS
"ALONDRA BAYLEY 2020"
ORGANIZADO POR UNI3 URUGUAY
AMORES CONDICIONADOS
Cuando niña, la tía Emilia tenía una casita de madera, un juego de té, unos tachitos de cocina, un bebote que abría y cerraba los ojos, y una gallinita de plástico que ponía huevos. Cuando joven coleccionaba CD de Rafaela Carrá, los Beatles, los Rolling Stones, los Auténticos Decadentes. Cuando grande tiró todo a la basura. Lo que no pudo tirar fueron sus frustraciones que se venían acumulando desde hacía tiempo.
Con su primer marido no pudo tener hijos. Los análisis iban y venían, refunfuñando la humillación a la que se veía sometido, sin poder diagnosticar nada. Otro tanto hizo la tía Emilia; que si la ovulación no se producía, que si llegaban al útero, que si se quedaban trancados en las trompas de Falopio. (Se comprobó luego que Falopio no tenía nada que ver).
Y así pasaron los años. Mientras tanto su marido se refugiaba en el yate de sus amigos y ella en las festicholas de casamientos o divorcios de sus amigas.
El hijo no llegó y el médico le dijo muy socarronamente que cambiara de semental.
Así lo hizo. Él, cincuentón y pico, tres mujeres, cuatro hijos y dos nietos, fue su nueva pareja. Como se podrá deducir, desde el inicio sus amores fueron condicionados. Y cuando cierta vez le propuso tener un hijo, este estalló en una ira incontrolable.
La tía Emilia comenzó a adelgazar y a hablar por celular en forma desmedida. La sicóloga le diagnosticó un cuadro maniaco-depresivo. El cincuentón le propuso un viaje al Caribe, meta espiritual de la tía Emilia.
Pero todo resultó un fracaso. El día que partía el avión, al cincuentón se le atravesó un cálculo en la vesícula y la tía Emilia calculó que esto sería el derrumbe. El médico avisó a los familiares que sería una operación de riesgo porque en vez de un cálculo tenía atravesado el Peñón de Gibraltar. Se juntaron todas las mujeres, hijos, nietos en la sala de espera, sin agarrarse de los pelos, pero amenazando al médico de que hiciera todo lo posible para que salga bien y quedara en condiciones de seguir aportándoles las retenciones judiciales correspondientes.
Cuando esto pasó, el cincuentón no quería ni oír la palabra "hijo" y menos aún de retenciones.
La tía Emilia se puso a pensar en la situación que se encontraba dados los treinta y tantos que ya tenía y decidió desplegar las alas en su nueva búsqueda, y el que busca siempre encuentra.
Estaba festejando su cumpleaños y la marabunta de amistades no había dejado una sola miga, ni una sola gota, ni una pildorita, cuando cayó el flaco. Pintún, de nuez bien pronunciada, vozarrón estereofónico, manos delicadas con uñas guitarreras. Se presentó como amigo del amigo de una amiga y como pasa siempre...
La tía Emilia desplegó su artillería. Mentón hacia arriba, hombros para atrás, rulos a la espalda (con sus manos les dio volumen, otra arma estratégica}. El flaco traía su guitarra al hombro y esta pensó: "Yo me prendo de la corchea"
Y como pasó siempre en la vida de la tía Emilia, se prendió de la corchea, de la fusa y de la semifusa y se agarró al flaco para ella. En el pentagrama sonó un arpegio y la clave de Sol le dio luz a sus esperanzas.
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Ahora Emilita tiene el cabello ondulado como su madre, y un amor apasionado por la música como su padre. Ya con cinco años, además de ir a la Escuela, estudia guitarra, inglés y balet. Pero ya puso la primera condición: para su cumple, un celular de última generación.
Mirta María Mondelli - UNI 3 Ciudad de la Costa
SEGUNDO PREMIO
ABRAZO DE JUEVES
Cerró con llave los tres cerrojos de la puerta y cruzó como una tromba el palier del edificio, saliendo al exterior tratando de alcanzar la parada del ómnibus. El 64 no tiene una frecuencia muy fluida y si pierde uno, ya no llega a la cita de las 17hs. a tiempo.
Flor es una mujer de más de 60, sus padres fallecieron, no tuvo hermanos, por consiguiente no hay sobrinos, se casó veterana y por lo tanto no hay hijos ni nietos, no obstante la vida, el destino, Dios o vaya a saber quién, le regaló una personita a quien amar.
Para no entrar en explicaciones de parentesco que aburrirían al gentil lector de esto, que aspira a ser un cuentito, digamos que Renzo es un sobrino nieto del marido de Flor o sea que bien podrían no haberse conocido nunca. Pero no fue así, por imposición del destino y de la vida ajetreada que viven hoy las parejas jóvenes con hijos, ella tuvo que cuidarlo varios días a la semana desde que el niño tuvo seis meses. Ahora ya hace un tiempo largo que no necesitan más de ese amoroso servicio y las oportunidades de verlo escasean. A pesar de eso, decidida a no dejar apagar ese rescoldito de amor que la vida le regaló, se ha propuesto ir religiosamente a buscarlo a la salida del colegio todos los jueves sin falta.
El ómnibus se detuvo en la parada justo en la puerta del colegio y allá marchó Flor puertas adentro a saludarse con Lucy.
--- ¿Tía Flor vos por acá? Pero claro! hoy es jueves, se va a poner contento cuando te vea.
--- ¿Lucy cómo has estado? Sí! Hoy nos vemos, que divino. ¿Puedo pasar y esperar en el patio?
---Claro, tú eres casi como una integrante más del colegio.
Agradeciendo con una sonrisa, caminó muy decidida a esperar en el pasillo al lado del salón de clase.
--- ¿Vos sos la tía Flor verdad? Preguntó desde atrás de unos lentes enormes una figura pequeñita de varón que volviendo del baño buscaba conversar con ella.
---Sí y vos ¿cómo te llamas, sos compañerito de Renzo?
---Yo soy Pablito, él es muy bueno conmigo, me cuida mucho. Te está esperando, ya sabe que venís hoy.
Entró en el aula y al rato por el costadito del marco de la puerta una cabecita rubia, media peladita con una carita redonda como una luna llena y unos ojos verdes muy luminosos se asomaron a ver si el dato de Pablito era cierto.
¡Era verdad nomás!, la tía estaba ahí, esperando como todos los jueves, o sea que los paquetes de figuritas para el álbum estaban casi asegurados.
A las cinco de la tarde en punto, como aquel poema de Larca, Flopi la maestra abrió las puertas del salón y llevó a los niños al patio donde rompieron filas. El abrazo fue inmediato, es que hacía una semana que no se veían, era mucho tiempo y había muchas novedades que compartir.
--- ¿Tía sabes qué? Así comenzaba el niño a contarle a esa confidente incondicional sus alegrías y no tantas de la última semana, buscando compartir con ella sus experiencias. La escuela quedaba a cuatro cuadras de la casa pero demoraban más o menos 40 minutos para recorrerlas. Lo que pasaba es que había tanto para conversar y para compartir en esas cuatro cuadras que realmente era imposible hacerlo en menos. La parada más importante era la de la farmacia por supuesto. Ahí, algo había que comprar, muchos juguetes para mirar en la vidriera y por supuesto el monedero de la tía vieja siempre sufría alguna pérdida. Pero no importaba, porque el pedido siempre era precedido de un --- ¿Tía esto es muy caro o me lo podés comprar?--- Dicho todo esto con la cara y la gentileza de un gentleman que hacía llorar de risa a la tía y la farmacéutica.
El problema era que después había que inventar alguna historia porque la madre del niño les había indicado seriamente que no debían comprar nada.
--- ¿Tía y ahora qué le decimos a mamá de las figuritas?--- preguntó, mientras se sacaba el gorro de beisbol y se rascaba la bocha.
---Y bueno le podríamos decir que un nene te las regaló.
---Mejor le decimos que las encontramos caídas al lado de un árbol, que el viento las había desparramado.
---Cuando lleguemos nos va a decir que juntos vos y yo somos un desastre.
Estefanía preparaba la merienda en casa sabiendo que la demora los jueves era algo perfectamente normal. Su relación con Flor no podía ser mejor, se habían entendido a la perfección desde el día en que se conocieron, las unía por sobre todas las cosas, el amor por ese niño tan especial.
--- iMami llegamos!!!! Gritaba soltando los cuadernos y corriendo a prender la tele para ver los dibujitos.
Acto seguido madre y tía empezaban a conversar para ponerse al día mientras compartían la merienda. La tía Flor siempre llevaba unas galletitas dulces que simulaban ser unas caritas para compartir.
---Mami mira lo que encontramos al lado del árbol de casa--- dijo Renzo mientras enseñaba unos paquetes de figuritas y seguidamente buscó el álbum para empezar a pegarlas.
---Flor, no le compres tantas cosas, lo tienes mal acostumbrado.-- rezongó con dulzura Estefanía.
---Vos sabés que me hubiera gustado con el alma poder tener hijos, pero no se me dio, lo único que tengo es a tu tío viejo que cada día está más rezongón y taciturno, por lo tanto esta criatura es todo para mí ya que no voy a tener nietos.
El niño que estaba de espaldas a ellas aparentemente ausente de la conversación, dejó lo que estaba haciendo, fue hasta donde estaba Flor y dándole un abrazo le dijo al oído: Tía, TU NIETO SOY YO.
Freddy Federico - UNI 3 Ciudad de la Costa
MENCIÓN
Extraño Caso
Cuatro veteranas, no identificadas, desaparecieron en un charco de la “Ciudad de la Costa”. Como se acostumbra en gente mayor, venir distraídamente hablando de cosas fatuas, un pozo las succionó. Diríamos que tenía vida. Las lluvias frecuentes convirtieron al pozo en una laguna de dimensiones extraordinarias, tal vez como en Lock Ness en Inglaterra, un monstruo vivía en sus profundidades, tal vez pudieron salir de ese y cayeron en otro más grande y las fuerzas a esa edad flaquearon, a pesar de lo bien nutridas que hasta ese momento se encontraban. La cosa es que las distintas organizaciones vecinales rastrearon con máquinas sin tener éxito alguno. Solo, como testigo patético de que por allí anduvieron, se obtuvo un zapato de tacón número 40 y un siemprelibre que por sus edades no les pertenecía (se supone una quinta víctima).
La neblina de la noche fue otro de los elementos en contra que provocó tal accidente. Se pidieron reflectores a UTE pero fueron decididamente negados. Estaban fuera de servicio por la humedad de condensación acumulada en las lámparas, pudiendo provocar un cortocircuito. Además no había personal idóneo en esa materia para manejar esos artefactos.
Uno de los vecinos, viendo el alocado movimiento en frente a su casa cedió con gentileza una linterna. Así se pudo alumbrar la copa de los árboles (era otra posibilidad que allí estuvieran, imaginándonos el estado de pánico que las hubiera hecho actuar en forma compulsiva por el instinto de supervivencia).
Actualmente nadie se atreve a pasar en las cercanías del charco porque como dije anteriormente, el charco es antropófago. Se han llamado ONG de diversos países pero se negaron rotundamente a investigar dado que este fenómeno se da solamente en Uruguay y más precisamente en la “Ciudad de la Costa”.
Mirta Mondelli
AUSENCIA
Era una fría mañana de invierno. La escarcha blanqueaba los campos y empañaba los vidrios de la casona en las afueras del pueblo. Damasia se había levantado temprano y como todos los días prendió la cocina económica con unos palos que el vecino le había arrimado a su puerta. Preparó el mate cocido para los gurises que iban a la escuela y reservó un poco de leche en una jarra esmaltada para los más chicos.Repartió el pan que había amasado el día anterior, mordisqueó un pedazo mientras se preparaba el mate y se sentó frente a la ventana de la cocina.
-“Hoy está fiera la mañana”- dijo Damasia y mientras hablaba en voz alta pensaba qué comerían ese día al mediodía. Eran épocas de revolución, de escasez y de ausencia. Disfrutaba de unos pocos momentos de tranquilidad en los que pensaba en ese marido que se había entreverado con Aparicio y del cual no tenía noticias desde hacía meses. Sentía una opresión en el pecho por la ausencia de su compañero. Lo había seguido hasta la frontera desafiando a su padre que le decía que nada bueno encontraría en ese gringo rubio, de ojos celestes y pelo ensortijado. Su madre la había despedido con un “Vaya con Dios m´hija”. Cansada del duro trabajo en la chacra, Damasia había encontrado en el gringo algo bueno. A su marido no le gustaban los animales ni el trabajo en el campo.
El viaje hasta la frontera no había sido fácil en la carreta tirada por un viejo caballo zaino, regalo de casamiento. Cuando llegó al lugar que habían elegido para vivir, respiró profundamente. Ése era su nuevo hogar, muy parecido al hogar dónde había pasado buena parte de su niñez. Los pajonales rodeando la casa, los caballos resoplando en el campo, la gente que saludaba cuando pasaba rumbo al pueblo. Su marido era albañil y la gente lo llamaba el “constructor”. En poco tiempo arregló y pintó la vieja casona abandonada. Los hijos fueron llegando de a poco y al cabo de unos años la familia había crecido en una época en la que no faltaba el pan en la mesa. El sueño de una vida tranquila junto a su compañero y sus hijos parecía haberse cumplido. Dedicada a la crianza de sus hijos Damasia vio pasar los años sin darse cuenta.
Una tardecita de verano varios hombres a caballo, armados con lanzas, llegaron a la casona. Sus ponchos raídos, las divisas blancas a modo de vinchas harapientas, sus rostros sudorosos y macilentos, sus hombros agobiados por el cansancio hablaban de una vida de privaciones y sufrimientos. - “¿Dónde está el hombre?”- dijo uno de ellos con voz profunda y ceño fruncido. Damasia no pronunció una palabra y sintió una puñalada en el corazón. Ella había oído los cuentos de los vecinos y sabía a qué habían venido esos hombres. Montados en sus caballos recorrieron el vecindario con impaciencia buscando al único hombre que todavía quedaba en la zona. Uno de los hombres gritó: - “Allá viene!”- A lo lejos, con paso cansino y su bolsa de herramientas al hombro, el hombre se acercaba a la vieja casona. Al llegar dejó su bolsa en el suelo, y susurró al oído de Damasia: “No tengas miedo, me voy pa´ las cuchillas”. Las siluetas de los lanceros montados en sus caballos se destacaban en ese atardecer caluroso de verano. Rodearon al hombre que habían venido a buscar y se lo llevaron.
El griterío de los gurises que volvían de la escuela sacó a Damasia de sus recuerdos y la devolvió a la realidad. Tenía que calentar la sopa de ayer para la gurisada hambrienta que ya la esperaba sentada a la mesa. La tristeza le fue llegando de a poco y se le instaló en el cuerpo. Sintió frío a pesar de la sopa caliente que había tomado con sus hijos. La ausencia del marido la golpeó más que otros días. –¿Será que me estoy poniendo vieja? - pensó Damasia. Sin embargo ella sabía que no se trataba de vejez. Agobiada por el frío que le invadía el alma, terminó las labores del día, acostó a sus hijos, se sentó al lado de la cocina económica en la que quedaban algunos rescoldos e hizo lo único que había hecho hasta ese momento: esperar.
Perla Etchevarren
Este cuento obtuvo una Mención en:
Concurso de cuentos Alondra Bayley Tercera Edición - 2022